Lo que hoy
es una fractura, ayer era unión. Para la conquista de las 8 horas, que costó 100 años, o
más, fue necesario cimentar una nueva cultura, cientos de ateneos,
publicaciones, millones de gestos de solidaridad en las familias y el dolor de
millones de de obreros.
Destaca por encima de todo que
el mundo del trabajo,
está dividido y fragmentado:
Esclavos,
explotados, rentistas, asegurados, sin papeles.
5 oficios o
más lo largo de la vida. Parados de “larga duración”. 50% paro juvenil.
La traición
sindical (defensa de condiciones de los trabajadores, no del mundo del trabajo
(parados)
Y teniendo en
cuenta que este movimiento se levantó sobre el sacrificio de las familias, fundamentalmente
de la madre obrera que vivió la solidaridad sin ir a la escuela, sostuvo
las luchas pelando patatas, lanzó las huelgas amamantando obreros e hijos de
obreros, tejió los lazos del movimiento más esperanzador que irrumpió jamás
en la historia.
¿Podemos
nosotros hoy ignorar o despreciar la cuna del movimiento obrero, es decir, el
papel de la familia?
El I Congreso
Obrero Español, en la Barcelona de 1.870 ya defendía que “La familia es la
piedra angular de todo el edificio social”.
Por lo tanto,
si ese fue el camino de los trabajadores que levantaron el Movimiento Obrero y
sus conquistas, en base a qué, los trabajadores del siglo XXI, podremos
prescindir de la tarea de levantar el templo de los trabajadores que es la
fraternidad universal entre todos los trabajadores.
Por todo ello,
trabajo y familia son dos pilares de una sociedad revolucionaria.
Toda la
historia de la humanidad “civilizada” nos muestra masas populares que se han
dejado dominar por pequeñas minorías y que se han revuelto en vano contra
este hecho porque estas minorías eran fuertes a causa de su organización
“disciplinada”.
Una de las
luchas paradigmáticas actuales, en el campo de la vivienda, se aleja
gravemente del ideal al proponer un alquiler social en vez de promover una
vivienda digna en propiedad a la medida de las necesidades de toda persona y
familia.
Ningún bien de
primera necesidad como la vivienda debe ser objeto con el que especular o
someter a usura.
La falta de
vivienda es signo de la guerra de los poderosos contra los débiles; y es
nuestro deber buscar soluciones políticas universales e integrales a esta
situación. El contrato de arrendamiento, aunque sea sometido al control del
estado, no deja de ser un robo a los trabajadores y de la riqueza que ellos
crean con su trabajo. El alquiler social, en definitiva, es una propuesta que refuerza
el poder del estado y su función de controlador social, único fundamento
del estado para el imperialismo en el siglo XXI.
Es necesaria
una reflexión colectiva que reagrupe las fuerzas y permanecer en la calle con
principios políticos al servicio de los últimos, construyendo sociedad
frente al estado y no a la inversa.
Ello nos
exige la promoción de una cultura solidaria, única fuerza capaz de
sostener la lucha revolucionaria contra el imperialismo salvaje.
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